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100 _aMelville, Herman
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245 _aBenito Cereno,
_c Por Hernan Melville
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_c1970.
300 _a138 páginas:
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_v Número 36
520 3 _aPronto los indicios de la maniobra de ese velero revelan que se hallan en evidentes dificultades. Impelido por la solidaridad de los hombres de la mar, Delano se presta a echar una mano, y se acerca a ese buque: «Observada desde más cerca, la nave, cuando pudo vérsela distintamente encaramada en la cresta de las olas plomizas, con jirones de niebla envolviéndola aquí y allá con sus retazos, surgió igual que un monasterio encalado después de una terrible tormenta, como asomado a algún sombrío precipicio pirenaico. No fue, empero, una simple semejanza fantástica la que, por un momento, hizo creer al capitán Delano que delante de él tenía nada menos que un buque cargado de monjes. En la nebulosa distancia, parecía realmente que a las amuradas se hubiera asomado una multitud de negros capuchos, mientras que, entrevistas a intervalos a través de las portas abiertas, distinguíanse confusamente otras figuras errantes y sombrías, como las de frailes negros deambulando por los claustros . »Ya más cerca cambió aquel aspecto y se aclaró cuál era la verdadera índole del barco. Tratábase de un mercante español de primer rango que, entre otras mercancías valiosas, llevaba un cargamento de esclavos negros desde un puerto colonial a otro [...] »Difícil era discernir si el barco aquel llevaba un mascarón de proa o sólo un sencillo espolón, ya que lo impedían las lonas que cubrían aquella parte, al objeto de resgurdarla de los trabajos de restauración, o con el fin de ocultar decorosamente su lastimosa condición . A lo largo de la parte de proa de una suerte de pedestal situado bajo las lonas, toscamente pintada o escrita con tiza, a guisa de broma marinera, se leía esta frase: "Seguid a vuestro jefe". Y poco más lejos, sobre la deslustrada empavesada del buque, estaba grabado en solemnes mayúsculas, en otro tiempo dorados, el nombre de la nave: "Santo Domingo". Cada letra aparecía corroída por los goterones de orín caídos desde los pernos de cobre, y sobre aquel nombre, como fúnebres yerbas, oscilaban negros festones de viscosas algas que, Tras estas y otras resistentes descripciones, el capitán Delano sube a bordo para hallarse frente a un hombre devastado, el capitán Benito Cereno, amorosamente cuidado por su criado negro Babo.
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