A la costa, novela Por Luis A Martínez, Introducción por Hernandez Rodriguez Castelo

By: Martínez A Luis
Material type: TextTextLanguage: Spanish Series: Clásicos AreilVo. 4Publisher: Quito Publicaciones Educativas Areil Fecha de producción no identificadaDescription: 109 páginas. 20 cmContent type: Texto Subject(s): NOVELA | HISTORIA LITERARIA | SOCIAL | MESTIZA | ECUATORIANADDC classification: E863 Abstract: Don Jacinto Ramírez y Doña Camila eran padres de Salvador, de carácter manso y pasivo, su hermana Mariana era el reverso de su hermano ambos criado con la moral católica. La amiga más íntima de doña Camila era doña Rosaura Valle, vieja solterona, una figura repulsiva en la que sin dificultad se adivinaba la enemiga acérrima de la belleza, de la alegría y de la juventud, acabada por los malos tratos de la vida. Salvador ya en la universidad conoce a Luciano Pérez con quien hizo la primera y única amistad de su vida. Luciano pronto en su corazón joven sintió el nacimiento de una verdadera pasión por Mariana el instinto le advirtió que Mariana también lo amaba, ambos estaban persuadidos de su mutuo cariño y con todo, nunca pudieron tener una conversación a solas en la que pudieran decirse lo que ambos sentían, eran amantes vergonzosos. Así estaban las cosas cuando la beata hizo la denuncia de las pretensiones de Luciano hacia Mariana Mariana reconoció estar enamorada del joven Luciano, y enfrentó a su madre; Doña Camila muy rabiosa prohibió a su hija volver a hablar con Luciano e igual hizo con su hijo Salvador obligándole al joven romper la amistad. Pero sin embargo Mariana y Luciano en un encuentro clandestino, venciendo todos los obstáculos que les ponía esa sociedad cruel, se entregaron ese amor infinito, fugaz, inmortal. Un día el doctor Ramírez regresó de la hacienda de Guayllabamba, y sintiéndose repentinamente enfermo muere. Dejándola a doña Camila y a sus dos hijos en orfandad Mariana lloraba desconsolada en su cuarto, por la muerte de su padre y también porque se sentía impura, manchada, era una de tantas sacerdotisas del amor prohibido, sin hogar, sin virginidad. Rosaura iba de tarde en tarde a tratar de convencer a Doña Camila para que obligue a su hija Mariana a dedicarse completamente a los asuntos de la iglesia. Poco a poco la muchacha se creó una gran ilusión con el padre Justiniano. La beata y en complicidad con el cura Justiniano, llevó a Mariana a una solitaria casa, adecuada para albergar borrachos, rateros y prostitutas. Mariana sudando de angustia y vergüenza inexplicable, atravesó los sucios patios y entró al cuarto. Allí estaba esperándola, sentado en un sillón el padre Justiniano. La beata encontró algún pretexto los dejó solos y cerró la puerta por fuera con llave; dejando al cura realizar sus más bajos instintos de lujuria. Años después Salvador y Luciano se reencuentran, teniendo este una gran curiosidad por su amada Mariana; Salvador le cuenta que Mariana se había convertido en una pérdida y lo peor; corrompida por un fraile que tenía de santo y que andaba por las calles sucia llevando en sus brazos a un niño, hijo del fraile infame. Pero el reencuentro dura muy poco porque Luciano debía viajar a Europa y Salvador debía refundirse en una hacienda donde consigue trabajo. Ahí se gana la confianza de don Roberto, el amor de su hija Consuelo y el odio de Fajardo que pretendía desde hace mucho tiempo a la joven. Pasado el invierno llegó el dueño de la hacienda, el señor Velásquez, se enteró de todas la maldades que hacia Fajardo a Salvador, y enterándose del romance ayuda a los jóvenes para unirse en matrimonio. Siete mese habían pasado todo era dicha y felicidad, Salvador no se había sentido más feliz en su vida y a hora tendría otra dicha, pronto iba a ser padre, pues Consuelo le había confesado que llevaba en su vientre el fruto de su amor. Pero una mañana de febrero, Salvador le cuenta a Consuelo que estaba enfermo, acostado en una cama poco a poco fue agravando. Consuelo, amor mío, decía Salvador, perdóname si te hago sufrir, pero debo decirte que muero. De la ventana se divisaba el ancho Guayas, y el majestuoso Chimborazo, eran las cuatro de la tarde cuando abrió la puerta un hombre alto, musculoso y bien vestido, era su amigo Luciano. He averiguado por ti. Y ahora vengo a verte, pero en que estado, ¡Dios santo¡ Esta es mi mujer, dijo Salvador a Luciano, abrázala, te recomiendo a mi madre…Si ves a, a...a Mariana, dile que...le perdono ...no la maldigo… pobrecita, Me aho …Me ahogo… Consuelo... estoy…
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Don Jacinto Ramírez y Doña Camila eran padres de Salvador, de carácter manso y pasivo, su hermana Mariana era el reverso de su hermano ambos criado con la moral católica.

La amiga más íntima de doña Camila era doña Rosaura Valle, vieja solterona, una figura repulsiva en la que sin dificultad se adivinaba la enemiga acérrima de la belleza, de la alegría y de la juventud, acabada por los malos tratos de la vida.

Salvador ya en la universidad conoce a Luciano Pérez con quien hizo la primera y única amistad de su vida. Luciano pronto en su corazón joven sintió el nacimiento de una verdadera pasión por Mariana el instinto le advirtió que Mariana también lo amaba, ambos estaban persuadidos de su mutuo cariño y con todo, nunca pudieron tener una conversación a solas en la que pudieran decirse lo que ambos sentían, eran amantes vergonzosos. Así estaban las cosas cuando la beata hizo la denuncia de las pretensiones de Luciano hacia Mariana

Mariana reconoció estar enamorada del joven Luciano, y enfrentó a su madre; Doña Camila muy rabiosa prohibió a su hija volver a hablar con Luciano e igual hizo con su hijo Salvador obligándole al joven romper la amistad. Pero sin embargo Mariana y Luciano en un encuentro clandestino, venciendo todos los obstáculos que les ponía esa sociedad cruel, se entregaron ese amor infinito, fugaz, inmortal.

Un día el doctor Ramírez regresó de la hacienda de Guayllabamba, y sintiéndose repentinamente enfermo muere. Dejándola a doña Camila y a sus dos hijos en orfandad

Mariana lloraba desconsolada en su cuarto, por la muerte de su padre y también porque se sentía impura, manchada, era una de tantas sacerdotisas del amor prohibido, sin hogar, sin virginidad.

Rosaura iba de tarde en tarde a tratar de convencer a Doña Camila para que obligue a su hija Mariana a dedicarse completamente a los asuntos de la iglesia. Poco a poco la muchacha se creó una gran ilusión con el padre Justiniano.

La beata y en complicidad con el cura Justiniano, llevó a Mariana a una solitaria casa, adecuada para albergar borrachos, rateros y prostitutas. Mariana sudando de angustia y vergüenza inexplicable, atravesó los sucios patios y entró al cuarto. Allí estaba esperándola, sentado en un sillón el padre Justiniano. La beata encontró algún pretexto los dejó solos y cerró la puerta por fuera con llave; dejando al cura realizar sus más bajos instintos de lujuria.

Años después Salvador y Luciano se reencuentran, teniendo este una gran curiosidad por su amada Mariana; Salvador le cuenta que Mariana se había convertido en una pérdida y lo peor; corrompida por un fraile que tenía de santo y que andaba por las calles sucia llevando en sus brazos a un niño, hijo del fraile infame.

Pero el reencuentro dura muy poco porque Luciano debía viajar a Europa y Salvador debía refundirse en una hacienda donde consigue trabajo. Ahí se gana la confianza de don Roberto, el amor de su hija Consuelo y el odio de Fajardo que pretendía desde hace mucho tiempo a la joven. Pasado el invierno llegó el dueño de la hacienda, el señor Velásquez, se enteró de todas la maldades que hacia Fajardo a Salvador, y enterándose del romance ayuda a los jóvenes para unirse en matrimonio. Siete mese habían pasado todo era dicha y felicidad, Salvador no se había sentido más feliz en su vida y a hora tendría otra dicha, pronto iba a ser padre, pues Consuelo le había confesado que llevaba en su vientre el fruto de su amor.

Pero una mañana de febrero, Salvador le cuenta a Consuelo que estaba enfermo, acostado en una cama poco a poco fue agravando. Consuelo, amor mío, decía Salvador, perdóname si te hago sufrir, pero debo decirte que muero. De la ventana se divisaba el ancho Guayas, y el majestuoso Chimborazo, eran las cuatro de la tarde cuando abrió la puerta un hombre alto, musculoso y bien vestido, era su amigo Luciano.

He averiguado por ti. Y ahora vengo a verte, pero en que estado, ¡Dios santo¡

Esta es mi mujer, dijo Salvador a Luciano, abrázala, te recomiendo a mi madre…Si ves a, a...a Mariana, dile que...le perdono ...no la maldigo… pobrecita, Me aho …Me ahogo… Consuelo... estoy…

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